En el último número de la revista Playboy escribí una columna sobre tenis, que aquí reproduzco para quienes quieran leerla.
EL TENIS...ESO ES PRO
No hay manera de hablar de tenis en la Argentina si no lo hacemos a partir del programa de TV Tenis Pro.Lo que comenzó como un juego para Mariano Zabaleta y luego para Juan Ignacio Chela se ha transformadoen un espacio de culto para los que quieren mezclar deporte y delirio en dosis de 30 minutos. Tenis Pro muestra a los tenistas, sobre todo los que hablan español, en momentos de relajo cuando están en el hotel,en manos del masajista de ocasión o frente a la playstation en encarnizados duelos futboleros virtuales. Esa vida asoma como soñada y envidiada. Tenistas que no parecen hacer otra cosa que no sea descansar y divertirse en no menos de 50 ciudades diferentes a lo largo del año. ¿Quién no querría algo así?
Tenis Pro muestra el tenis cuando no hay tenis. O mejor dicho: es importante por lo que no muestra y sí sugiere.Ningún tenista podría durar en el circuito profesional si basa sus giras en gastarle bromas a sus hoy amigos y mañana quizás rivales. O despertando de la siesta a Juan Mónaco como una vez hizo Zabaleta para que un viejo zapatero de un pueblo
italiano les tire con un martillo porque no aceptó sus chistes.
Tenis Pro omite la depresión del tenis, un enemigo quizás más duro que un Frankenstein armado entre Roger Feder y Rafa Nadal.
"¿Qué es la depresión en tenis? Perder en primera ronda en un torneo un lunes en primer turno. Son las 12 del mediodía y hasta la semana que viene no tenés nada para hacer", pregunta y se contesta Juan Ignacio Chela, conductor del programa y finalista en
la Copa Davis por primera vez en 25 años. Una semana en blanco para un tenista es el equivalente a cruzar 40 años el desierto: mucho tiempo para preguntarse cosas y cuestionarlo todo. "
En el programa no se ve cuando estamos mal y no tenemos ganas de agarrar la camarita y hacer chistes...", completa Chela.
El tenista de hoy, si le va bien, tiene un equipo de profesionales a su alrededor. Pero la derrota lo vuelve al punto de partida de su profesión:
la soledad. Pero los gadgets son ahora buenos compañeros de ruta de los tenistas. En los '70 la soledad llevó a Guillermo Vilas a escribir poemas una vez que
escapaba del tirano sistema rumano de entrenamiento de Ion Tiriac. Eran otros tiempos y más crueles. A los juveniles que se bajaban en la estación de tren
Lisandro de la Torre para ir al Buenos Aires Lawn Tennis Club les gritaban maricones sólo por llevar una raqueta asomando desde un bolso de cuero que
hoy es vintage. Estos hombres hechos y derechos de hoy siempre llenan su tiempo con los más modernos aparatos de catálogo.
"Si vos querés saber que es lo último que salió, preguntale a un tenista. Siempre tenemos todo y antes que nadie", dijo más de una vez Gastón Gaudio que viaja con notebook porque
"yo, sin mi computadora, no puedo jugar al tenis".
Ser tenista profesional siempre tuvo un significado. Deporte de reyes, jugado por clases altas, llevado por el mundo por caballeros y damas a los que les daba lo mismo ganar y perder, a finales de los 60 comenzó a ser un trabajo. Una labor para gente que quizás no precisaba trabajar.
Las transmisiones televisivas vía satélite comenzaron a poner a los jugadores a la altura de las estrellas del sistema. Músicos, actores, playboys con tía rica a punto de
morirse, presidentes y modelos, todos quisieron estar cerca de un tenista. Hubo una época en la que el tenis marcó las reglas y en cierto modo aún lo sigue
haciendo. Un palco a 17.000 dólares para ver en Nueva York la final del U.S.Open existe porque alguien, para algo, por alguna razón, quiere estar cerca de un
tenista.
Y el nivel de mangazo de entradas que hay en la Argentina cuando se avecina un torneo es escandaloso. Las figuras tienen, por contrato con la ATP, tres horas semanales
para darle a la organización de un torneo para que se desarrollen actividades sociales con su presencia. Las batallas que se arman por estar cerca de un tenista
que fue a brindar con agua a un stand hacen que una final a cinco sets en Roland Garros sean nada.
Pero el glamour tiene precio alto. Las reglas se han puesto duras y no hay espacio para vidas licenciosas. Los tenistas tienen que ser tan profesionales como para no tomar del pico sino le destaparon la botella delante suyo. Los jugadores jovenes son cada vez más irrespetuosos y leen cada vez menos libros sobrela historia del tenis.
Escapar de ese lunes a la mañana, yéndose vencido de la cancha, es lo que intenta cada jugador, cada semana, si es que no se llama Roger Federer.
Pocos lo logran. Eso es pro. Tenis pro.